Las últimas semanas han sido silenciosas, mucho, pero era necesario. Me reclamaban los exámenes; y también otras cosas, más personales e intensas. Todo un cúmulo de sentimientos y emociones mezclados con la presión y responsabilidad que debo empezar a asumir de una vez.
Una etapa de mi vida ha terminado. Es posiblemente, o quizás seguramente, la más importante de mi vida. Una etapa que ha despertado pasiones intensas y contradictorias, que me ha hecho experimentar todo el abanico de emociones humanas existentes.
Sí, después de todo, parece que no soy un bloque de hielo, a pesar de mis esfuerzos. Quizás intentar serlo pueda no parecer la decisión más idónea, sobre todo teniendo en cuenta el trabajo al que me voy a dedicar, si todo va bien, dentro de un año. Pero a veces el silencio y las murallas emocionales que levantamos para protegernos, o al menos mitigar levemente el dolor, dejan de ser deseables o necesarias, para convertirse en imperativos categóricos.
Dicen que los años universitarios son los mejores años de la vida; eso lo dicen los estudiantes universitarios, claro está. En realidad lo que se queda grabado para toda la vida, los últimos recuerdos que la senilidad nos arrebata, son los sucesos que ocurren durante la tercera década de la vida. Todavía estoy en la mitad de esa década, pero ya siento esa verdad: han sido los 6 mejores años de mi vida.
La gente que se ha cruzado en mi vida durante esta etapa, la gente que permanece, lo hará durante el resto de mi vida.
Y por fin, después de 6 años buscando una vocación que creía inexistente, la encontré escondida debajo de un montón de dudas e inseguridades. Donde siempre ha estado. Y donde tiene que estar. Porque, tal y como comprendí hace unos días, ser médico no es una profesión, es un estilo de vida. Nunca dejas de estar de servicio, nunca te jubilas, nunca olvidas quien eres.
Eso es lo que decidí. Acepté 6 años de ilusión a cambio de una vida de responsabilidad. Aunque pueda parecer un trato injusto, es el mejor que he hecho en la vida.
Porque mi vida, el resto de mi vida, empieza ahora.
Los cambios a veces asustan, incluso pueden llegar a aterrar; pero ya no. Por primera vez en mucho tiempo me siento libre de cargas, aunque esas cargas siguen ahí. Sin embargo, me siento ligera. Creo que el cambio ha sido, como todos los buenos cambios, dentro de mí.
Ya era hora de dejar de jugar a ser Peter Pan.
Y ahora, toca despedirse. No es un adiós definitivo sino temporal. Un 'hasta luego' o 'hasta pronto'. Sólo serán 7 meses, y no voy a estar sola, muchos amigos me acompañarán en esta aventura norteña, conocidos y por conocer. Y Asturias es mi segunda patria; después de dos años, vuelvo a casa. Me vendrá bien para cicatrizar las heridas que comienzan a cerrarse poco a poco.
Si las vacas rubias y la sidra no pueden hacerlo, nada más en el mundo podrá...